(Sólo para locos)

Es algo hermoso esto de la autosatisfacción, la falta de preocupaciones, estos días llevaderos, a ras de tierra, en los que no se atreven a gritar ni el dolor ni el placer, donde todo no hace sino susurrar y andar de puntillas. Ahora bien, conmigo se da el caso, por desgracia, de que yo no soporto con facilidad precisamente esta semisatisfacción, que al poco tiempo me resulta intolerablemente odiosa y repugnante, y tengo que refugiarme desesperado en otras temperaturas, a ser posible por la senda de los placeres y también por necesidad por el camino de los dolores. Cuando he estado una temporada sin placer y sin dolor y he respirado la tibia e insípida soportabilidad de los llamados días buenos, entonces se llena mi alma infantil de un sentimiento tan doloroso y de miseria, que al dormecino dios de la semisatisfacción le tiraría a la cara satisfecha la mohosa lira de la gratitud, y más me gusta sentir dentro de mí arder un dolor verdadero y endemoniado que esta confortable temperatura de estufa. Entonces se inflama en mi interior un fiero afán de sensaciones, de impresiones fuertes, una rabia de esta vida degradada, superficial, esterilizada y sujeta a normas, un deseo frenético de hacer polvo alguna cosa, por ejemplo, unos grandes almacenes o una catedral, o a mí mismo, de cometer temerarias idioteces, de arrancar la peluca a un par de ídolos generalmente respetados, de equipar a un par de muchachos rebeldes con el soñado billete para Hamburgo, de seducir a una jovencita o retorcer el pescuezo a varios representantes del orden social burgués. Porque esto es lo que yo más odiaba, detestaba y maldecía principalmente en mi fuero interno: esta autosatisfacción, esta salud y comodidad, este cuidado optimismo del burgués, esta bien alimentada y próspera disciplina de todo lo mediocre, normal y corriente.

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vendredi 22 août 2014

Gloria

Cassavetes nos introduce en la acuarela neoyorquina con el saxo (que no sexo) y lo hace sobrevolando una ciudad sucia en la que el crimen es la herramienta que has de usar para tu propia supervivencia.

GLORIA.

Peces de colores, el juego de las 20 preguntas. ¿Ver la tv?

- ¿Te gustan los gatos?


Golpes. Prisas. ¿Alguien tiene prisa por morir?
El abandono.

Hay una guitarra que despide a un hijo de su padre, del que solo queda ya un viejo libro gastado. Los taxis se deslizan por la ciudad que nunca duerme y más vale la huida a tiempo que la espera eterna pues un asesinato deja poco a la imaginación, aunque sea la de un niño pequeño.

Gloria lo intenta, intenta ser buena madre. El cabello rubio, bata roja y reloj bañado en oro. Los huevos pegados en la sartén, sus dudas.

Phil huye sin ápice de arrepentimiento, no quiere (ni puede) soportar la realidad aplastante que le hace ser aún más vulnerable de lo que de por si él se siente.

La nariz, sangrando. La valentía necesaria para, de nuevo, otra huida.


Ha cambiado la relación. El presente es distinto al pasado y él ya te necesita. ¿Puedes darle lo que pide? 

Decides dejarte la piel en protegerle.
Por la noche, la ciudad intermitente ambienta la habitación y la noche le hace preguntas personales a nuestra Gloria, perdida entre la memoria de una ciudad criminal.
Pittsburgh, primero el cementerio.

"Todos los muertos están juntos, así que da lo mismo.
Los muertos son como un barco. Como los cuadros de los que hablamos."

La rapidez en el habla del pequeño muestra inseguridad, muestra timidez y temor por no saber que le va a deparar el futuro. Un futuro gris, un futuro sucio como sucios son los cadáveres de su pasado.

La dureza de Gloria
(y su resistencia).



Una cerveza, fria.

Volvemos a la dureza de Gloria. Su sangre fría (áun más que la cerveza). Su indiferencia por la muerte, exceptuando la posible perdida de Philip, es la clave en torno a la que gira toda la historia ya que ninguna mujer es tan eficaz empuñando un arma.

"Mataría a cualquiera que intentara matarme."

- ¿Tú quieres ser mi madre?
- Podría serlo.



Te quiero Gloria, te quiero hasta morir.

Y tras la despedida y un reloj que ya no funciona, Gloria se arregla el cabello para parecer menos sola y menos necesitada de un stop, de una parada entre tanta acción violenta. El saxo, de fondo, parece que otra vez es su único amigo y, probablemente, ella se siente sola en la ciudad pero Gloria jamás lo reconocerá. Ella no es como el resto de mujeres bien vestidas de la quinta avenida con sus trajes y gafas de sol, luciendo una apariencia aristocrática y artificial. Ella se mueve de otra forma, es capaz de percibir el sonido del viento y, sobre todo, su velocidad, pues también es la suya.

Un millón de dólares y el ascensor no sube.

- Háblame del chico.
- Mátame.

Y lo que queda ya es la memoria de los que se han ido, aquellos que encontramos debajo de unas tristes lápidas, aquellos que lucharon por tener un futuro mejor. Esos. Esos que emigraron con esperanza, son los caídos, son los malditos.

Pero para Gloria aún queda mucho camino por recorrer, de la mano de Phil, por supuesto.

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