GLORIA.
Peces de colores, el juego de las 20 preguntas. ¿Ver la tv?
- ¿Te gustan los gatos?
Golpes. Prisas. ¿Alguien tiene prisa por morir?
El abandono.
Hay una guitarra que despide a un hijo de su padre, del que solo queda ya un viejo libro gastado. Los taxis se deslizan por la ciudad que nunca duerme y más vale la huida a tiempo que la espera eterna pues un asesinato deja poco a la imaginación, aunque sea la de un niño pequeño.
Gloria lo intenta, intenta ser buena madre. El cabello rubio, bata roja y reloj bañado en oro. Los huevos pegados en la sartén, sus dudas.
Phil huye sin ápice de arrepentimiento, no quiere (ni puede) soportar la realidad aplastante que le hace ser aún más vulnerable de lo que de por si él se siente.
La nariz, sangrando. La valentía necesaria para, de nuevo, otra huida.
Ha cambiado la relación. El presente es distinto al pasado y él ya te necesita. ¿Puedes darle lo que pide?
Decides dejarte la piel en protegerle.
Por la noche, la ciudad intermitente ambienta la habitación y la noche le hace preguntas personales a nuestra Gloria, perdida entre la memoria de una ciudad criminal.
Pittsburgh, primero el cementerio.
"Todos los muertos están juntos, así que da lo mismo.
Los muertos son como un barco. Como los cuadros de los que hablamos."
La rapidez en el habla del pequeño muestra inseguridad, muestra timidez y temor por no saber que le va a deparar el futuro. Un futuro gris, un futuro sucio como sucios son los cadáveres de su pasado.
La dureza de Gloria
(y su resistencia).
Volvemos a la dureza de Gloria. Su sangre fría (áun más que la cerveza). Su indiferencia por la muerte, exceptuando la posible perdida de Philip, es la clave en torno a la que gira toda la historia ya que ninguna mujer es tan eficaz empuñando un arma.
"Mataría a cualquiera que intentara matarme."
- ¿Tú quieres ser mi madre?
- Podría serlo.
Te quiero Gloria, te quiero hasta morir.
Y tras la despedida y un reloj que ya no funciona, Gloria se arregla el cabello para parecer menos sola y menos necesitada de un stop, de una parada entre tanta acción violenta. El saxo, de fondo, parece que otra vez es su único amigo y, probablemente, ella se siente sola en la ciudad pero Gloria jamás lo reconocerá. Ella no es como el resto de mujeres bien vestidas de la quinta avenida con sus trajes y gafas de sol, luciendo una apariencia aristocrática y artificial. Ella se mueve de otra forma, es capaz de percibir el sonido del viento y, sobre todo, su velocidad, pues también es la suya.
Un millón de dólares y el ascensor no sube.
- Háblame del chico.
- Mátame.
Y lo que queda ya es la memoria de los que se han ido, aquellos que encontramos debajo de unas tristes lápidas, aquellos que lucharon por tener un futuro mejor. Esos. Esos que emigraron con esperanza, son los caídos, son los malditos.
Pero para Gloria aún queda mucho camino por recorrer, de la mano de Phil, por supuesto.
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